Tengo algunos soportes y algunos botoncitos que presiono en caso de emergencia. Evidentemente ya no funcionan. Es que estos eran los tiempos en los que te veía apagada de manera prematura. Algo permanece, es evidente que no lo puedo soltar y tampoco lo tolero. Tantas señales que no alcanzo a leerlas como corresponde. Rebotando en el techo, los costados derribando las líneas de seguridad. Me vuelvo imbancable y silenciosamente ruidosa. Quieren vender otra historia que no me llega pero la percibo tan clarita y obvia. Me vuelvo a perder en la estupidez ajena. Al pedo, podría estar brillando por ahí o al menos intentándolo.
Me tengo que ocupar de llenar los espacios vacíos para que no se instale ese pasado eterno. Cada calle y rincón grita tu presencia. Se hace insondable, pero es así de fácil la cuestión. Cualquier ensayo es puro error. Esa cobardía impertinente que resuena de fondo aunque estoy segura que no es mía. ¿Por qué me responsabilizo de los pasos dispares ajenos? Debería perderme en mis construcciones ficticias por lo menos como modo de aislamiento y salir a crear alguna genialidad que me compense. Pisan mis intereses, mis sentimientos y eso es lo que me altera. Me molesta la prepotencia y el atrevimiento de la gente desubicada que no respeta siquiera el momento de uno. Me niego a escuchar sus boludeces, cómo se nota que no se comieron un paredón de frente.
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