lunes, 24 de diciembre de 2007
A-cero
Mi habitación se vuelve a ennegrecer, me alargo en esta sinuosa hospitalidad. Estoy ascendiendo como una tortuga en una pendiente medieval y desde ese punto es que creí necesario empezar a escribir para canalizar lo que estoy atravesando. Es que mi psiquis se apodera de todo mi cuerpo, mis sentimientos, mis pensamientos y los maneja como quiere durante la noche. Nadie lo sabe, nadie sabe excepto yo. Tantas lágrimas, replanteos sin sentido que jamás me llevaron a nada, sólo arrepentimientos que me hacen sentir minúscula acarreando una atadura que me corroe la espalda. Boicoteando mis movimientos, mis segundos de felicidad, potenciando todo lo negativo amargándome como de costumbre. Nunca me había sentido tan derrotada. Es que nada, ni nadie me dio una buena excusa para apaciguar esta hoguera, si alguna vez he sido adorada en absoluto lo sentí. Distorsionada inhibida por las masas, en un callejón sin salida, buscando como una idiota la aprobación de cualquiera. Con la inseguridad a cuestas, como si estuviera arrastrando una mochila completa de gigantescos adoquines. Efímero letargo no me da cabida para estirar las piernas vencidas en lo profundo del lodo. Fusionando cabos en mi gruta milenaria, revelando una colección de clichés. Esquirlas de perfección unidireccionales que me rodean pero no son para mí, así que... ¿por qué tanta responsabilidad?
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