El segundo cuando las piernas se aflojaron, me quedé en el piso a llorar con mi hermano destruido tratando de consolarme. Me sumí a su abrazo. Después recordé que él también merecía mi consuelo. Estaba enceguecida y no podía revertir el rol. Los minutos cuando entendíamos, de la peor manera, que nos quedábamos sin nuestra luz que todo lo aquietaba. Las primeras horas entre la pesadilla más pesada y tus incertidumbres que no podía colmar. El maquillaje no daba resultado, notabas que algo pasaba. La falta de apetito que no podía justificar porque el odio y el bullicio mental me lo impedían. Los días más inefables entre el silencio y la congoja. Semanas al cuidado y la vigilia impotente. Mi debilidad a punto de explotar pero sólo quería protegerte. Así que lo guardaba todo. Los meses más híbridos entre la esperanza y el desaliento más espantoso. No quedaba nada más para mí, todos sinsentidos.
Recuerdo escenas que me desarmaron y hoy me angustian. También instantes que viviría mil veces porque estuviste plena y radiante como tantas otras veces. Un apretón de manos ante la molestia, una caricia, rezos, un beso, muchos piquitos, un helado, una taza de café con leche, unos cuantos “que sueñes con los angelitos”, una sonrisa legítima, el pedido de un cigarrillo, un perfume, el regalo que no llegaste a recibir, tus lágrimas y las mías entrecruzadas en el mismo dolor. De a poco te apagabas y mis ilusiones se desvanecían en vos. El maldito cáncer que invitaba a dar una pelea sabiendo, desde el vamos, que nos ganaba. Pero te querías aferrar a la vida, a la tuya, la mía y la de Pedro. No te querías ir y no queríamos que te vayas.
Te fuiste el día de los inocentes, tu impronta sin más ni menos. Pasó Enero, Febrero y así hasta volver al mal recordado Diciembre con sus benditos estigmas. Podría hacer prácticamente la misma descripción para recapitular los meses obviados pero sólo se resuelven con una palabra: inercia. Me quedo tildada no tengo mucho más para aportar. Sólo que no estuviste y te necesité demasiado. Nuestro amor fue fuerte e intenso. Tu “Lucha” se quedó sin corazón, sin aire, sin luz… vacía hasta la médula. De repente me siento tan pequeñita. Te amo y posiblemente siga siendo una dependiente perpetua de tu recuerdo porque no hay dolor que lo equipare, ni felicidad suficiente que lo aplaque.
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