En los recovecos más irrisorios te pusieron el mote de loser y ni siquiera te preocupa. Andas mendigando amor con un cartel de “necesitado” en el pecho, pero lo disimulas perfectamente. Los que ¿realmente? importan te consideran uno más del montón. Pero seguís implorando un golpe de suerte, que te quite el gran estigma de la soltería. No sos capaz de asumir el rol de liberador. El garch and go no te cierra, pero las relaciones comprometidas tampoco te llegan.
Cada noche comes con la tele prendida para no escuchar el silencio de la habitación. Ya no te familiarizas con el fiestero, te acompaña una troup de gente “como vos”, es decir indefinibles. Ni siquiera le encontras la vuelta al término para denominarte con propiedad.
El asunto de la traslación y sus obvias bifurcaciones. Ese aullido de cansancio, pena o vaya uno a saber qué elementos contiene verdaderamente... La pausa pacífica del silencio y el ocio, una simple fisura en medio del vaso colmado. Ni siquiera importa lo que se encuentra en tus bolsillos o la prenda que estás vistiendo. Únicamente admirable: la cucharadita de desazón y la pisquita apenas de brisa relajante, en el menjunje que te preparó el de arriba. Deslizas un: “Una a mi favor por Dios”, pero nada che. La salida de anoche que no salió como lo planificaste. La noche te pasó por arriba y no es ni siquiera el alcohol lo que te pesa. La desidia de las vueltas que das o te dan para formar parte de algo que quisieras tener sólo por tu estima y tus vivencias. A nadie le importan los mandatos o será eso que se instaló en los otros que te empuja a buscarlo de manera repetida, perseverante.